La prudencia

Ramírez, Santiago María. 1979. La prudencia. 2a. Madrid: Ediciones Palabra.

Aristóteles estudió la prudencia acertando en su verdadero carácter de saber práctico, normativo de todo el comportamiento humano. Santo Tomás de Aquino completó el estudio del Sabio y, después de él, durante muchos siglos, no hubo tentativas de mayor profundización o ampliación en el estudio de esta virtud fundamental, la primera y principal de las cardinales, alma y forma de toda la vida moral, reguladora de todo el comportamiento humano digno del hombre. En este sentido el estudio del P. Ramírez resulta excepcional, aún siendo continuidad de la línea aristotélica-tomista.

También es verdad que no es lo mismo el conocimiento ético-teológico de la prudencia (ciencia especulativa) que la virtud de la prudencia viva y operante en la vida del individuo y de la comunidad; pero un desconocimiento o, lo que es peor, una idea falsa de prudencia o del criterio del obrar honesto resultan funestos para la existencia del hábito prudencial en la persona y en la sociedad. Nuestro tiempo se ha hecho muy sensible a las exigencias de la segunda de las virtudes cardinales –la justicia–, pero no así a las de la prudencia, que precede y da auténtico sentido a la justicia, como a las demás virtudes morales. La descristianización del mundo occidental tiene aquí una de sus raíces.

Pero aún sin referirnos a estos sectores descristianizados, dentro del pensamiento católico la teología de la prudencia ha perdido vigencia, por ejemplo, en la moral casuística con la apelación a las reglas de los sistemas morales de conciencia para dilucidar situaciones problemáticas: todo un recetario frio e impersonal (de estilo legal, en la mayoría de los casos) como sucedáneo integral de la conciencia prudencial. Ha perdido también vigencia en la “moral de la situación” al sustraer en su dictamen racional alimentado de los principios de las sindéresis de la ciencia moral y de los impulsos más nobles del corazón humano, la vivencias concretas y variables de cada cual, convirtiendo los hechos en norma de sí mismos reduciendo la conciencia moral (acto de la prudencia) a la conciencia psicológica.

El desenfoque se ha hecho y se hace especialmente sensible en el orden sociopolítico. Santo Tomás había prestado atención a la pseudoprudencia que es la “prudencia de la carne” y a su servidora la astucia. No obstante, la dilatada escuela de Maquiavelo entiende y practica la prudencia en ese sentido, con explicable éxito. Esta pseudoprudencia restó prestigio a la noble virtud cardinal, que no puede ser astuta o interesada; que prefiere no serlo, aunque sea con heroísmo, más que parecerlo a la mirada frívola de la gente.

El análisis psicológico-moral de la interdependencia de lo intelectual y de lo afectivo en la formación del dictamen prudencial (capitulo 5) puede decirse que es único en calidad y extensión en la historia de la Teología. Sin caer en el determinismo psicológico de la situación afectiva, la recta razón prudencial tiene que habérselas vital y continuamente con el corazón, porque qualis ununsquiste está, tales finis videtur ie (según es cada uno, así le parece a él el fin). Ramírez sabe como nadie completar a Santo Tomás en su propia línea y, a ser posible, con sus propias palabras tomadas de otros lugares.

La publicación de este magnífico tratado se Santiago Ramirez, O.P., sobre la naturaleza o esencia de la prudencia personal pretende ayudar a conocer y valorar esta gran virtud, rectora de toda la vida moral.

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