Sobre la integración del dolor
Mayo, 2021
Sin importar su naturaleza, el dolor funciona a modo de brújula para comprender qué nos importa, qué vemos como parte de nosotros mismos, qué nos falta… Es decir, el dolor cumple un rol muy importante a la hora de conocernos a nosotros mismos y de desarrollarnos humanamente. En consecuencia, debemos integrarlo a nuestra vida con tal de, paradójicamente, acercarnos a nuestra plenitud. Pues el dolor no es lo malo, sino la respuesta frente a lo malo; no es un mal absoluto, sino un mal relativo.
Suprimir el dolor sólo nos expondría a buscar o a no evitar males en lugar de protegernos de ellos. Al igual que exacerbarlo, resulta dañino, tanto para nuestra salud psíquica como para la corporal. Ambas distorsiones nos alejan de la realidad, de una mejor adaptación y de un mayor conocimiento de la verdad.
De ahí que sea tan peligroso el concepto de “superar” el dolor junto con la idea de que el sufrimiento sea optativo. Si muere un ser querido, lo natural es penarlo, viviendo con dificultad el hecho de que ya no esté. El no vivir ni elaborar el duelo de una pérdida real rara vez podría asociarse con salud psíquica.
El apego a lo contingente, ordenado a lo que es por necesidad, es bueno. Incluso, estaría mal que alguien no le tuviera apego a su propia vida o a sus seres queridos porque son mortales. Y, a pesar de que amar implica la posibilidad de perder lo amado, siempre lo mejor es optar por amar, aunque conlleve penas. Así, abrazando las finitudes de esos amores con vistas a un Bien Eterno, se logra contextualizar el sufrimiento dentro de un todo e integrarlo.
Dolores Alé Chilet
Psicóloga