Temperamento, carácter y personalidad

Tres niveles, un solo modo de ser

Junio, 2024

Temperamento, carácter y personalidad son tres palabras que suelen ser usadas en el lenguaje cotidiano, muchas veces, de manera indistinta. Y es que pareciera que apuntan a una realidad común: nuestro modo de ser. Ahora bien, aunque suelan confundirse, podemos distinguir cada uno de estos términos según pertenecen a la dimensión biológica, sensible o espiritual, respectivamente.


En efecto, podemos asociar el temperamento a las tendencias biológicas de nuestro modo de ser, el carácter[1] a una realidad que incorpora además la sensibilidad, y la personalidad como el conjunto de todas las disposiciones anteriores, pero ordenadas por fines conscientemente elegidos.

La interrelación de estos tres niveles puede volver compleja la comprensión de nuestro modo de ser. Por ejemplo, una persona puede temperamentalmente tender a ser alegre y extrovertida, pero por un conjunto de experiencias negativas puede ir volviéndose emocionalmente lábil, superficial y llegar a vivir en una constante amargura, razón por la cual va adquiriendo un carácter inseguro y más retraído. Al mismo tiempo, percatándose de este cambio, decide luchar contra esta tendencia mostrando conscientemente un rostro alegre intentando “volver a ser la persona de siempre”, pero sintiendo este intento como algo falso y forzado.

Otro ejemplo. Un hombre joven que siempre se ha considerado una persona profunda, tranquila, introvertida, que goza su mundo interno, de pocas amistades, pero muy sinceras, en el último tiempo ha tendido a aparentar con chistes y comentarios para “caer bien” y abrirse más socialmente. Este cambio surgió luego de que en un momento sus amigos lo cuestionaran públicamente por su “cara seria” y por considerarlo “aburrido y muy callado”. Al reflexionar sobre este cambio, decide aliarse con el “nuevo yo”, despreciando su antiguo modo de ser.

Decisiones equivocadas o no, de estos ejemplos se desprende la complejidad del problema. Por un lado, el propio modo de ser tiene matices, contradicciones, niveles diferentes de análisis, modos sanos y deseables de ser y, otras veces, perjudiciales y desordenados; cambios en el tiempo, pero también aspectos que permanecen.

Como decíamos, un aporte sustantivo para la comprensión de esta complejidad puede ser la distinción del nivel biológico, sensitivo y espiritual en el propio modo de ser.

Píndaro, en la antigua Grecia, aconsejaba: “Llega a ser quien eres”. En esto que cada cual es, encontramos un primer nivel biológico de tendencias, no elegido sino que recibido, y que es posible observar desde la primera infancia: unos más activos, otros más tranquilos, algunos más alegres, otros más iracundos. Podemos pensar que las tendencias temperamentales están dadas por las diferencias individuales que existen en las estructuras neurobiológicas que están a la base de las diferentes emociones. Así, unos tenderán más al temor, otros a la ira, algunos al deseo, otros a la tristeza, y así sucesivamente. Las emociones suelen mirarse como actos, por ejemplo, una persona sintiendo temor en un momento, pero es necesario dar el paso a mirar las emociones –cuando son el modo habitual de un sujeto– como tendencias que dan origen a modos de ser. Si pensamos en el mismo temor, este da origen a un modo de ser estratégico, cauto, más bien pasivo, conservador en sus decisiones, nervioso, con dificultades frente a los cambios, respetuoso, pendiente de las expectativas de los demás, entre otras características, todas provenientes de la tendencia a evitar amenazas, que es lo esencial del temor. Por tanto, el temperamento puede comprenderse identificando las emociones principales que han dominado transversalmente la biografía de una persona y la razón de que esto sea así se puede relacionar al hecho de que las estructuras neurobiológicas a la base de tal o cual emoción se encuentra más desarrollada biológicamente en esa persona.

Es claro que la posibilidad de ir madurando en la vida supone ir asumiendo lo que cada uno es en un sentido temperamental. El temperamento determina algo que no se cambia, si no que se asume y se encauza. Y esto no solo en un sentido negativo aludiendo a los defectos de cada cual, sino que las cualidades de cada persona y su aporte específico está dado también por el temperamento. Por ejemplo, quien tiene un temperamento melancólico (tendiente a la tristeza), tendrá como desafío trabajar una cierta inclinación al aislamiento o a la negatividad, pero también tendrá tesoros que ofrecer, como un rico mundo interior surgido de esa misma tendencia a la introversión, así como una compasión y acogida hacia otros, fruto inherente del mismo temperamento.

¿Conozco esas tendencias básicas en mí que funcionan a modo de constantes a lo largo de mi vida? ¿Puedo reconocer mis cualidades y defectos más notorios a partir de esas tendencias básicas? ¿Puedo mirar unificadamente las diferentes tendencias a partir de ciertas emociones básicas que predominan en mí?

Por otro lado, no solo experimentamos influencia de nuestra biología, sino también de la experiencia: la crianza que hemos recibido, nuestro entorno social, el curso del colegio, experiencias que nos marcaron…. . Todo ello deja una huella emocional que influye en nuestro modo de ser. Así, por ejemplo, crecer junto a un hermano disruptivo que ha traído muchos conflictos familiares, puede ser motivo para adquirir una disposición emocional inclinada a evitar ser causa de conflicto en las relaciones.

Esta influencia de la experiencia en nuestras reacciones, como algo sobreañadido a las influencias temperamentales, podemos observarlo en los animales puesto que son seres vivos dotados de sensibilidad. Por ejemplo, en una misma camada de perros, puede haber algunos que sean muy amistosos y otros que se vuelvan agresivos o temerosos producto de malos tratos. Sin perder el temperamento propio de su especie y de su raza, de algún modo se alcanza una nueva síntesis en su modo de ser donde se mezcla lo biológico y lo sensitivo-emocional.

¿Identifico los principales eventos y relaciones que me han marcado en mi experiencia de vida? ¿Puedo descubrir constantes que permanecen en mí a modo de mandatos emocionales, influyendo significativamente en mi modo de pensar, sentir y decidir?

Lo que no pueden alcanzar los animales es la síntesis humana propia del nivel personal y que llamamos personalidad. Esta proviene de la dimensión racional, constituida por la razón y la voluntad. En una personalidad sana confluyen las tendencias temperamentales y caracterológicas, pero todas orientadas hacia fines pensados y queridos, cuajados en una identidad personal. Es decir, las fuerzas inferiores se encuentran integradas por una fuerza superior –la inteligencia o razón– que discierne aquello que ayuda y conviene frente a aquello que daña y perjudica.

Para ilustrar lo anterior, pensemos en una persona que tiende a la alegría. Aunque esta emoción culturalmente es valorada, puede transformarse en una tendencia dañina. En efecto, puede arrastrar a una orientación unilateral hacia el disfrute y el bienestar y, con ello, a una vida superficial que rechaza el esfuerzo y el cultivo paciente de un gozo profundo que suele encontrarse en lo escondido. A su vez, esta rigidez en la alegría, puede ser fruto de una huida de tristezas, por ejemplo, por una vivencia familiar de constantes peleas y desuniones que han llevado a una experiencia de soledad interior. En este panorama, la razón tiene un rol fundamental en identificar y hacer un constante discernimiento para que la alegría no se rigidice y termine transformándose en una fuerza dañina. A su vez, el fundamento de este discernimiento es un conjunto de principios y valores que regulan todo nuestro comportamiento.

[1] No desconozco que la voz ‘carácter’ ha tenido diversas significaciones en psicología. Aquí se usa en el sentido que el artículo refiere, más próximo a la noción clásica de experimentum.

Benjamín Suazo Zepeda

Psicólogo

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