La visión Infanto-Juvenil desde la Psicología Integral de la Persona
“En cada niño, todas las cosas del mundo son hechas de nuevo y el universo se pone de nuevo a prueba”
G.K. Chesterton
Julio, 2024
La práctica clínica infanto-juvenil tiene desafíos puntuales y específicos. Uno de estos, es la visión centrada en los adultos que prevalece en la manera de mirar y comprender a los niños, en desmedro de una visión que provenga desde la manera en que ellos perciben y vivencian el mundo.
No podemos olvidar que todos fuimos niños y vivimos hitos muy importantes en nuestra niñez y adolescencia, con tal valor que incluso han formado gran parte de nuestra identidad al día de hoy. Es más, a menudo los adultos consultan en terapia por dificultades no resueltas que provienen desde la infancia. No obstante, a veces no nos damos cuenta del impacto que tienen nuestras experiencias tempranas y cómo han constituido parte de quiénes somos.
En la clínica observamos que las heridas generadas en la infancia producen repercusiones importantes en etapas posteriores. Principalmente, aquellas que se relacionan con la experiencia de no ser visto, no ser reconocido ni amado por un otro significativo, especialmente por nuestros vínculos más cercanos como padres y otros cuidadores. Esto se comprende profundamente cuando pensamos en las inclinaciones naturales que se relacionan íntimamente con las experiencias vinculares, porque tenemos una tendencia innata a esperar la aprobación del bien personal y a establecer vínculos de amistad benevolente con otras personas.
La Psicología Integral busca poner el foco en la persona. Es decir, este Metamodelo se centra en ver a los pacientes más allá de una generalidad y teoría, comprendiendo su naturaleza humana y el ser personal que hace a cada uno de ellos un ser único e irrepetible. Esta mirada completa nos ayuda a observar el rol de los psicólogos clínicos en darle voz al lenguaje de los niños y rescatar su mirada como personas, con un profundo respeto al proceso de maduración en el que se encuentran.
Desde la filosofía aristotélica-tomista, se rescata la importancia de considerar al ser humano desde todas sus dimensiones: la racional, la sensible y la biológica o vegetativa. En los niños, como psicólogos, no podemos centrarnos exclusivamente en lo racional y en la terapia hablada porque ellos se encuentran en un estado de desarrollo y actualización de sus facultades. Lo anterior requiere de la guía intelectiva cálida y amorosa de parte de los padres. Esto nos lleva a resaltar que la psicoterapia infantil no puede observar a los niños como pequeños adultos, sino que se les debe considerar desde su mundo sensible rico y amplio que tiene formas de expresión particulares. Los niños se asombran, juegan, dibujan, se admiran de la realidad, observan lo cotidiano, se hacen preguntas, exploran y descubren su entorno.
Los padres presentes, sensibles, que educan, que ponen límites con firmeza, que conectan, que hablan con dulzura y ternura, que protegen, que reflexionan, que ríen con sus hijos, que les permiten vivir su vida sensorial como jugar con lo simple y lo sencillo, abonan y hacen fértil la tierra del desarrollo humano.
Es fundamental que desde esta mirada, evaluemos a los niños desde todas sus dimensiones. Considerando nuestros análisis no solamente desde el “¿por qué ocurre esto?” sino también desde un primer cuestionamiento sobre “¿qué está ocurriendo?”. Esto nos lleva a volver a lo más básico y también esencial al momento de entender lo que está pasando y qué explica el malestar de mi paciente. Para ello, nos hacemos preguntas fundamentales: “¿cómo está durmiendo el niño?, ¿cómo está comiendo el niño?, ¿cómo son sus rutinas diarias?”. Está ampliamente estudiado que las alteraciones en el sueño y la alimentación afectan de manera importante en el ánimo, situación que se acentúa aún más en los niños, quienes tienen día a día diversas tareas y exigencias ligadas al crecimiento e inclusive a su desarrollo cerebral.
De manera adicional a estas necesidades biológicas, es crucial profundizar en las necesidades emocionales. Los niños requieren ser pensados y mirados desde lo vincular: ¿quién cuida al niño?, ¿quién lo escucha?, ¿quién lo valida?, ¿quién lo contiene?, ¿de qué manera? Para comprender la dinámica en las facultades sensibles de los niños debemos conocer su contexto y sus principales figuras de cuidado. Esto también nos lleva a la tarea de incluir profundamente a los padres dentro de la terapia, porque son ellos quienes se encuentran día a día con el niño, quienes cuentan con el tiempo y capacidad de cambio que los niños por sí mismos no tienen.
Muchas veces podemos dirigirnos a los niños con preguntas tales como “¿por qué te sientes así?”, esperando una respuesta que apunta a un razonamiento. Sin embargo, incluso como adultos muchas veces tampoco tenemos esta respuesta fácilmente. Es por ello que es fundamental rescatar los aportes que hace la Psicología Integral de la Persona para poder volver mirar desde la óptica de los niños, sin olvidar que todos pasamos por estas etapas.
Ps. María José Aguayo
Ps. Mariluz Villela