¿A dónde se fue la autoridad?
Agosto, 2020
Tenemos también a los profesores, atados de manos frente a los mismos alumnos. Es muy complicado ejercer la autoridad en el contexto escolar, ya que son los mismos niños quienes van teniendo cada vez más poder, muchas veces expresado en violencia y falta de respeto hacia los mismos que quieren educarlos y enseñarles, con padres que los justifican, más que los corrigen al respecto.
Lo mismo pasa con las autoridades civiles, quienes ponen pocos o ningún límite. Tampoco hacen lo que realmente consideran mejor frente a los desórdenes de los jóvenes o adultos que quebrantan la ley; también han optado por “dejarlos ser”; ya ni siquiera se atreven a exigir orden, a castigar la violencia y el daño a otros, porque parece que la libertad de expresión va por sobre cualquier bien, aunque esa expresión sea agrediendo o perjudicando a otros.
Creemos que esta crisis (donde la autoridad está devaluada y atada de manos, porque el sólo hecho de mencionarla genera una respuesta de censura o incluso rechazo) favorece que surja una expresión violenta del querer individual, que muchas veces no es ni mayoritario de la población, pero es tan intenso que hace mucho ruido. Hay muchas personas que miran esto con desconcierto, pena, incluso con rabia, pero se quedan sin argumento, porque hace tanto tiempo nadie se atreve a hablar bien de la autoridad, que ya olvidaron lo que era un poder bien gestionado, encausado al bien común y capaz de contener con límites las distintas expresiones sociales, validando el malestar sin validar la violencia.
¿Qué hacer frente a esto? ¿cómo colaborar con nuestra sociedad? ¿cómo aportar nuestro grano de arena?
Viendo todo lo que está ocurriendo en nuestro país, hemos pensado mucho últimamente acerca de cómo podemos promover una buena imagen de la autoridad.
Santo Tomás afirma: “Toda potestad viene de Dios, como se dice en Rm 13, y por cuanto respecta a la intención de quien da la potestad, está ordenada al bien: sin embargo, nada prohíbe que esta potestad recibida sea mal usada.” Es cierto que el mundo ha pasado por un gran conflicto en este tema. Muchas figuras de autoridad, casi absoluta, han defraudado a las personas, a los pueblos, a los inocentes. Han abusado de su poder utilizándolo para hacer mal, para aprovecharse de otros y satisfacer sus propios egos; pero esto no significa que la autoridad y el poder en sí mismos sean malos; son necesarios y buenos para mantener el orden y bienestar de una familia, sociedad, país, etc.
Como padres, profesores, tíos o cualquier figura de autoridad, uno tiene la experiencia de que al ejercerla apuntando al bien, uno ayuda a aquellos que la reciben. Quien tiene la experiencia de una autoridad sana, donde se los escuchó, validó en sus emociones y se les puso límites sin violencia, tiene mayor probabilidad de regular sus impulsos, de desarrollar empatía por otros, de que crezca en ellos la generosidad; terminan aprendiendo a no ponerse sobre el resto, buscando acuerdos, amistad, y no una guerra entre lo que cada uno “siente” que es justo.
En la consulta vemos la cantidad de sufrimiento que padecen las personas que no tuvieron experiencias de límites en la infancia, en su casa, en el colegio, etc. Sus actos no tenían consecuencias provenientes de una autoridad, de alguien que supiera más que ellos; y hoy se dan cuenta que la vida no es así, la vida no es hacer lo que uno quiere porque tengo ganas, sino que hay ciertos bienes superiores a otros, bienes que son difíciles de alcanzar, que requieren esfuerzo y navegar en medio de emociones, o “ganas”. Que ese slogan “obedece a tu sed” no se condice con la realidad. Que tal vez si su papá le hubiese dicho que no, si lo hubiese instado a cumplir sus compromisos y obligaciones, hoy sería más libre de elegir cosas que le hacen bien.
Otros pacientes sufren porque terceros ponen sin límite sus intereses sobre el bien común, se guían por el egoísmo y la justificación de expresar con violencia lo que les pasa, porque “si no es con violencia, no escuchan”. Y entonces, “no importa si destruyo algo por lo que has trabajado toda tu vida, con tal de que me noten y sepan las injusticias que he vivido”.
Hoy día vemos a nuestro querido Chile y sentimos una profunda tristeza por todos los que están sufriendo por esto. Incluso también vemos sufrimiento detrás de esa violencia, pero creemos que la solución es volver a valorar la autoridad. Una autoridad bien entendida, orientada al bien común, y tan necesaria para poder vivir en armonía y para poder educar a las generaciones que vienen.
Creemos que promover esta figura es clave. No desde un autoritarismo despótico, pero sí desde un poder firme, cercano, que escuche con apertura y responda con prudencia. Comencemos por nuestras familias, no dejemos de guiar a nuestros niños y adolescentes en su formación.
Pensemos en nuestras vidas, en todas esas veces que nos dijeron que no y que nos hicieron crecer y ser mejores.
M. Josefina Cañas Oliger
Psicóloga