El Juego Espontáneo en el Desarrollo Integral

Julio, 2020

Muchas veces los adultos nos referimos al juego infantil como una distracción poco importante, como algo que hacen los niños cuando no están ocupados en algo más útil. Por lo mismo, hoy en día el juego espontáneo puede ser fácilmente reemplazado por juegos electrónicos, televisión, tareas escolares o talleres extra programáticos. La psicología moderna ha hecho un gran aporte para comprender de manera más profunda el sentido del juego libre en el desarrollo psíquico, relevando cómo funciona como método de proyección de las vivencias emocionales disfóricas, muchas veces no conscientes. Sin embargo, a la luz de una comprensión integral del desarrollo humano, surge la necesidad de revisar nuevamente el rol del juego espontáneo en la constitución de la persona.

Cuando el desarrollo humano es comprendido como un camino hacia el Bien y la educación se concibe como la conducción al “estado perfecto del hombre, que es el estado de virtud”, las distintas actividades que realicen los niños podrán ser valoradas según su aporte a este fin. En ese sentido, es fácil identificar los beneficios que tienen diversas actividades que se pueden proveer a los niños en los espacios escolares o familiares, que estimulan directamente capacidades cognitivas y virtudes humanas.

Sin embargo, en el juego espontáneo, tanto en la esfera de lo cotidiano como en las dinámicas observables en espacios de terapia de juego, se sigue desarrollando, de una forma diferente y necesaria, aquello que la estimulación externa fomenta e intenta forjar en la persona en formación. Muchas veces ese proceso no es evidente para el observador, lo cual puede conllevar cierta suspicacia frente a la importancia que se asigne al juego espontáneo. Ahora bien, el que profundice en el tema podrá ver que el niño en su juego no sólo proyectará aquello que le hace sufrir o que estaba relegado a su inconsciente, sino también todo aquello que requiera procesar para incorporarlo en su visión de mundo, en sus destrezas o virtudes que le permiten enfrentar el entorno de la mejor manera. Dicha función del juego se desarrollará de manera totalmente idiosincrática, característica que constituye su principal valor al compararla con formas de educación o intervenciones que los adultos estructuramos.

Ejemplos hay muchos. Recuerdo con gran cariño a un paciente de 7 años, que había presentado muchas dificultades para enfrentar la escolaridad por ser poco perseverante frente a los obstáculos y frustrarse con facilidad. Luego de varias sesiones donde hicimos actividades para que él entendiera lo que le ocurría, llegó a su cita con la idea de mezclar diversos materiales artísticos para hacerme una sorpresa. Al final de la hora, me reveló que estaba descubriendo que en el colegio se podía aprender mucho y que estaba intentando replicar un experimento que aprendió en una clase. En otra ocasión, una querida paciente de 9 años puso con gran dedicación en la bandeja de arena unos dragones que eran frenados por una fortaleza, que les impedía dañar a quienes estaban dentro. En dicha escena, creada de forma espontánea por la niña, aprecié cómo internalizaba aspectos de la templanza y cómo le permitía tener una relación más armónica con el entorno. Al mirar mi propia infancia, también puedo evocar muchos juegos donde los personajes vivían ciertos ideales que hasta ahora para mí son muy importantes, que quizás empecé a atesorar en ese momento.

De este modo, la invitación de hoy es a valorizar el juego infantil espontáneo como un recurso dentro del proceso educativo y como un medio central a través del cual los niños procesan aquello que necesitan entender e integrar dentro de su proceso formativo.

Francisca Serrano Belmar

Psicóloga

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