El corazón en cuarentena

Abril, 2020

¿Quién duda de que en el contexto de la actual pandemia por el COVID-19 estamos en tiempos especialmente difíciles de sobrellevar? Es una catástrofe, una tragedia. Pero para quien aún no lo vea así, puede considerar la cantidad de difuntos junto con la variedad de problemáticas laborales y económicas que aumentan día a día. En este contexto pasa desapercibida, sin embargo, una serie de “efectos secundarios” al confinamiento, que redundan en una significativa merma en la salud mental. Así es como ante la tristeza, la desesperación, el temor, la ira, etc., pueden surgir esos viejos vicios, activarse esas tendencias nocivas que cada cual arrastra y, esta vez, con un menor “filtro” ante la actual intensidad emocional que facilita esta crisis mundial. No es de extrañar, aunque nos duela, que aumente la violencia intrafamiliar, las obsesiones y dependencias (incluyendo a los videojuegos y a las pantallas) y, en general, toda una sintomatología ansiosa y del estado de ánimo.

Al respecto, los profesionales de la salud mental han dado una serie de recomendaciones que van y vienen por las redes sociales. Algunas apuntan a la importancia del autocuidado –concepto de moda–, pero solo desde una perspectiva materialista, como si el bienestar dependiera única y definitivamente de técnicas de relajación corporales y del control de la imaginación, así como de buscar espacios personales de esparcimiento de los sentidos.

Es claro que, si atendemos a la situación actual donde nuestro habitual control y nuestras seguridades naturales ya no están, resulta necesario considerar una estrategia que vaya más allá del mero autocuidado.

Las técnicas de relajación centrada en los sentidos, aun cuando ayudan a manejar las emociones momentáneamente, no son capaces de producir en nosotros un cambio estructural adaptativo, puesto que estos no se realizan fundamentalmente desde los sentidos, sino desde el corazón, comprendiendo que lo que surja de ahí redunda también en nuestro modo de sentir.

La paz y las buenas tendencias –también las malas cuando se desecha el amor– surgen desde el interior de cada persona, desde su corazón. El término “corazón” tiene, por cierto, varias acepciones: por una parte, es un órgano vital del cuerpo, por otra, es el “lugar” desde donde surgen las emociones, pero también puede entenderse como la totalidad de nuestro ser. En este último sentido, “corazón” hace referencia al centro de nuestra intimidad, a lo más profundo de nuestro ser.

La contemplación del ser personal se da desde el corazón –con participación conjunta del entendimiento y la voluntad–, a partir del cual también se puede amar lo que se contempla, lo que redunda en todo nuestro ser, involucrando desde luego nuestras emociones y, a través de ellas, también nuestro cuerpo. Es razonable considerar, que apuntar a esta contemplación y amor desde el corazón puede ser el mejor “autocuidado”, “ejercicio” o “técnica de relajación” para la salud mental en tiempos de cuarentena.

Pero, ¿cómo se aplica esto en nuestra cotidianidad, más allá de ser palabras bonitas? Un padre o madre que debe trabajar, ser capaz de atender su matrimonio y la crianza de sus hijos y, a la vez, hacerse cargo de los deberes domésticos básicos propios del cuidado de un hogar, se encuentra frente a un enorme desafío que abarca todo el día y resulta a lo menos agotador. Pero cuando se considera además que esa misma persona tiene que lidiar consigo mismo y con las distintas personalidades de los que lo rodean, la situación se vuelve insoportable. Ahora bien, si le sumamos la realidad del confinamiento por la pandemia, significa que esa misma persona debe convivir día y noche con todo lo anterior, pero simultáneamente. Al menos convengamos que fácil no es y que es muy comprensible que se recomiende el autocuidado.

Cuando, por ejemplo, un padre o una madre, en las circunstancias antes descritas, se encuentra con que un hijo le pide jugar juntos, interrumpiendo su trabajo y escasa concentración alcanzada, desde luego que estos pueden reaccionar de varias maneras no muy positivas. Es ahí donde la capacidad de contemplación en el amor es crucial. Ante la actitud que interpreta la llegada del hijo como “la interrupción de mi trabajo”, “que me molesta” y “que amenaza mi estructura, mi seguridad”, podemos oponer una actitud distinta, haciendo una pausa, logrando mirar a su corazón y al del hijo, contemplándolo, queriéndolo y comprendiendo que, en ese “jugar juntos”, el hijo está eligiendo ser amado y ser educado por sus padres, a quienes admira, contempla y quiere. Estas ocasiones pueden transformarse, a la vez, en una oportunidad de descanso en medio de la labor, volviendo a este con la alegría transmitida por el hijo. ¿Acaso no se continuará la tarea con una visión y sentido renovados?

A propósito de la contemplación, Tomás de Aquino decía: “La mayor delectación consiste en la contemplación de la verdad. Ahora bien, toda delectación mitiga el dolor... Por consiguiente, la contemplación de la verdad mitiga la tristeza o el dolor, y tanto más cuanto más perfectamente es uno amante de la sabiduría” (Suma Teológica, I-II, q. 38, a. 4). Así es como, aunque al comienzo puede que no se vea mucho cambio en nuestras reacciones, en la medida que volvamos a la contemplación en el amor, como medida de autocuidado, podremos avanzar por un camino de conocimiento personal y del otro que irá cambiando nuestra perspectiva, nuestras estructuras y seguridades, generando –a diferencia de las técnicas de relajación centrada en los sentidos– una disposición cada vez más asentada que nos mueva hacia una mejor calidad de vida y, desde luego, más estable, porque no dependerá de las circunstancias, del ambiente exterior, sino de sí mismo. ¡Ánimo!

Juan de Dios Giménez Salinas

Psicólogo

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