La importancia de la prudencia para el psicólogo

Marzo, 2020

Siempre que el psicólogo está ante una persona que le pide ayuda, se encuentra ante una realidad muy misteriosa y de una máxima perfección dentro de las realidades posibles a contemplar: la vida personal.

Esto significa que aquello a lo que tendrá acceso, o aquello en lo que podrá incidir, para bien o para mal, tiene que ver con la vida íntima de otro ser humano y sus relaciones.

Por esto, aun cuando lo que procure es únicamente aplicar una “técnica”, debe comprender que esta no se “aplica sobre algo”; lo cual ocurre cuando un artesano trabaja sobre la materia que desea formar, o un deportista sobre la marca que desea superar, o un kinesiólogo sobre la lesión que procura hacer disminuir, o un médico sobre el cuerpo al quiere ayudar a sanar. Quien está ante la intimidad de otro, conociendo “técnicas” posibles a aplicar ante alguna dolencia psíquica, más que aplicada sobre algo, es una acción que debe ser vista como “orientada al bien de alguien”.

Aquello en lo que el paciente solicita ayuda puede ser muy puntual, pero dado que siempre está en contacto con la interioridad de otro, y en la vida humana todo está conectado, el nivel de influencia o impacto de las palabras y procedimientos del psicólogo sobre el desenvolvimiento de la vida personal puede ser muy grande. Y en este sentido, el juicio práctico en relación a la aplicación de una técnica nunca es meramente técnico.

Por lo tanto, frente a la dolencia psicológica de otro y la pregunta sobre qué es lo mejor para esta persona, no basta con la respuesta técnica, sino que ésta siempre se subordina a un juicio prudencial más amplio y muy delicado en ocasiones.

Así, la preparación técnica necesaria, no es por sí misma suficiente para acertar en la ayuda psicológica que se ofrece, porque la respuesta a cuestiones que involucran la vida en su conjunto nace de la consideración de una realidad singularísima, única e incomunicable. Es decir, la consideración de lo universalmente debido, debe someterse a la consideración de lo particularmente conveniente. No se presta auxilio a la humanidad; se presta auxilio a esta persona.

Por esto, la virtud de la prudencia es tan gravitante en el quehacer del psicólogo.

La prudencia se define como “la recta razón de lo que hay que elegir”, y se refiere a lo que tengo que elegir “para ser más” (pero no meramente más rico, más eficiente, más exitoso o más productivo), sino más feliz y por lo tanto más humano: obrar como un ser humano bueno, y no como bueno en algo, sino bueno en cuanto persona.

Sin ella, aun cuando la elección y aplicación de la técnica sea correcta, ésta podría resultar perjudicial, dado que la respuesta a lo que es mejor para esta persona, está atravesada de muchos elementos de la vida personal, que tienen que ver con el bien de la persona como tal, no sólo desde el punto de vista meramente emocional o psíquico.

El “arte” de la psicoterapia, si pudiéramos hablar así, debe realizarse necesariamente con prudencia y ciencia. No basta que el arte psicológico (aplicación técnica) esté vinculado a la ciencia psicológica (conocimientos teóricos). Ello no garantiza la adecuada orientación del proceso de ayuda. Por eso es que puede suceder que se pueda hacer daño aplicando bien la técnica, cuando es conveniente no hacerlo aún, o no aplicarla de ningún modo, en cuanto se opone al bien real de la persona en cuanto tal.

Bajo esta perspectiva, “el buen psicólogo” no es aquel que simplemente tiene el método adecuado para asumir el motivo de consulta, sino que es aquel que ordena el motivo de consulta y los caminos de solución, en el conjunto de la vida personal y el bien objetivo de ésta. Suscitándose, por ejemplo, preguntas del tipo: ¿Cómo se sitúa el motivo de consulta dentro del contexto más amplio de la vida de esta persona?... Frente a lo que padece... tengo la técnica para ayudarle a superarlo… Pero, ¿es bueno que lo supere ya, en el contexto amplio de su vida y sus relaciones?, ¿no contribuirá en algo este padecimiento para su adecuada orientación al bien auténtico de su vida? Podrían resultar estas preguntas posibles.

Este proceso de discernimiento prudencial, sobre lo que es mejor para esta persona en particular, supone una gran exigencia humana para el psicólogo, ya que la respuesta no está en los libros, que solo me pueden hablar sobre las cosas en general. Para encontrar esta respuesta debe buscarse en el interior, leyendo en la vida de otro y dentro de uno mismo, y la respuesta nacerá sólo en la medida en que, quién reflexiona, sea una persona connaturalizada con el Bien.

En último término, así como la buena técnica se asienta realmente en aquel que además posee la ciencia que da fundamento a ese arte; la prudencia se arraiga profundamente en la sabiduría, sin la cual es una mera ficción. El hombre prudente debe obrar en virtud de aquel Bien en orden al cual todo debe ser obrado, como afirmaba Aristóteles, que no es posible conocer sino en la línea del Bien y del Amor. Por ello, es tan valioso en el ejercicio de la psicología que quien procure servir a los demás en este camino, posea una palabra interior verdadera, profundamente arraigada, y una inclinación vital consonante con el Bien objetivo y trascendente sobre el cual descansa ese verbo interior.

Klaus Droste Ausborn

Psicólogo

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