Elección de carrera: elección de vida

Noviembre, 2019

Se acerca fin de año. Para muchos jóvenes significa el término de la etapa escolar y el momento de decidir qué quieren hacer con su vida. En Chile, se han estado preparando para la PSU, una prueba que se aplica a nivel nacional, requisito para ingresar a gran parte de los programas de formación universitaria. También se han estado preparando interiormente para responder a la gran pregunta: “¿Quién quiero ser de grande?”. Son muchos los que la han postergado o evitado, y llegan al fin de esta etapa realmente en blanco: no tienen idea lo que quieren hacer con su futuro, no se ven en nada, no les gusta nada.

Estos jóvenes suelen llegar a la consulta de los psicólogos clínicos, frecuentemente llevados por sus padres, ansiosos de que encuentren una “respuesta”. Llegan después de que en sus colegios les han aplicado tests vocacionales, que miden aptitudes e intereses, pero que no les aportan la claridad que buscan: “Quedé igual”, dicen frecuentemente. Muchos asisten a charlas de personas exitosas que vibran con su profesión, pero ellos se frustran al sentir que no les apasiona nada. Bucean en las páginas de internet y acumulan panfletos con mallas curriculares, pero se agobian ante la cantidad de información y alternativas, sin rescatar nada que los interpele. Las cifras de deserción del sistema de educación superior chileno reflejan esta crisis: alrededor de un tercio de los estudiantes que ingresan a la universidad o a institutos técnico-profesionales deserta antes de completar el primer año, por temas académicos, económicos y vocacionales.

La juventud es una etapa crucial para el descubrimiento de una identidad propositiva: quién soy y a dónde voy, dos preguntas fundamentales que todo joven debe responder para avanzar a paso firme por la vida. Desde la Psicología Integral de la Persona, entendemos la elección de carrera análoga a la elección de un amor. La carrera constituye un amor que atrae, que se asume y cultiva libremente, para el despliegue de un proyecto de crecimiento, madurez y donación.

La virtud de la prudencia es aquella que puede iluminar en una decisión tal. Santo Tomás de Aquino define la prudencia como la “recta razón de lo que hay que elegir” (S.Th., II-IIae, q.49), y expone ocho partes integrales de ésta, de las cuáles mencionaré brevemente tres. La “memoria de lo pasado”, necesaria para aconsejar bien del futuro: que el joven se conozca a sí mismo, sus habilidades, intereses, experiencias vitales relevantes, decisiones y logros. La "inteligencia de lo presente”, parte que permite examinar las alternativas existentes, no en abstracto, sino juzgarlas desde lo concreto y lo singular: esta carrera, en esta universidad, con este plan de estudios, con tales campos profesionales, con la posibilidad o no de acceder a becas, entre otros.

En tercer lugar, la circunspección es el hábito de considerar si es adecuado el fin,  dadas las circunstancias actuales. En este sentido, creo que ningún joven hoy puede cerrar los ojos a la crisis social, política y moral que estamos viviendo. Además de agregarle más tensión, incertidumbre y estrés a esta etapa, esto nos interpela y nos remece: ¿Tenemos abiertos los ojos al sufrimiento de nuestros hermanos?

San Alberto Hurtado, en 1943, en “La elección de carrera” decía que Chile estaba en una profunda crisis espiritual, de la que sólo se podía salir si nuestros jóvenes consideran dentro de su elección de carrera preguntas como: ¿Dónde puedo servir mejor? ¿Dónde puedo hacer el mayor bien posible? ¿Cómo puedo amar más y hacer más hermosa, más útil y más alegre la vida de los demás? ¿Cómo puedo aprovechar mejor mi vida y desgastarme por “las grandes causas que esperan inteligencias, brazos, corazones dispuestos a entregarse”?

El prudente puede “ver a lo lejos”, ya que tiene una luz que le permite iluminar su camino. El desafío que tenemos hoy con nuestros jóvenes es ayudarlos a elegir, desde una palabra interior que les permita ir determinándose hacia el bien, conectados con la realidad y al mismo tiempo profundamente conectados con su dimensión espiritual y trascendente. Nuestros jóvenes necesitan encontrar esa palabra interior que les permita conducirse no sólo hacia el bien propio, sino a la donación sincera de sí mismo a los demás.


María José Bunster B.

Psicóloga

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