El poder validador de la mirada en la familia

Septiembre, 2019

Vivimos en un mundo cambiante y rápido donde no hay tiempo para la contemplación. El mundo moderno perdió la facultad de contemplar. La modernidad, poco a poco, ha destruido la capacidad de admirarse y disfrutar, con lo cual nos vamos ensimismando en un mundo de logros materiales y una vida chata y sin más sentido que el tener.

En este mundo rápido, en que cada quien está centrado en si mismo, incluso los padres han perdido la capacidad de contemplar a sus hijos de manera tranquila y acogedora, cambiándolo por una mirada con tintes de angustia y desesperanza, dada por las altas expectativas de bienes económicos y académicos.

El hombre se deshumaniza y empobrece; sin aprender a contemplar, no puede vivir el hoy de manera genuina ni puede disfrutar de los regalos que vienen cada día.

La contemplación no tendría que ser ajena a nuestras actividades cotidianas. Descubrimos el porqué de la existencia, por qué sufrimos, por qué amamos. Todo cobra un nuevo sentido, las cosas parecen nuevas y disfrutamos de una conexión placentera y profunda con el entorno y con los demás. Al contemplar nos encontramos con la verdad de las cosas, del sentido real de la vida y la existencia.

Hoy las verdades objetivas son puestas en duda y las familias se ven superadas por los cambios rápidos y el torbellino del trabajo. Es más difícil educar dentro de este escenario, se complica aún más la vida familiar con el uso de los teléfonos celulares y la conexión a internet, que permite que cada persona de la casa esté conectada en su propio mundo. Las nuevas generaciones se están perdiendo de la conexión personal y directa dentro de las familias, y los padres aún no se dan cuenta de lo valiosa que es su mirada y atención en el desarrollo integral del ser humano. Los padres desean para sus hijos lo mejor, pero ¿qué es lo mejor? Por desgracia muchos padres han perdido la mirada de lo realmente valioso y la han transformado en un deseo de logros cognitivos o profesionales, olvidando que el ser humano pleno es mucho más que un éxito académico o laboral. Se sienten en deuda con sus hijos y tratan de corregir experiencias en que, quizás ellos estuvieron desvalorizando sus vidas y vivencias simples y cotidianas por completo, y sobrevalorando el rendimiento.

Lo que más necesitan los niños y jóvenes durante su desarrollo es la mirada interesada y sincera de sus padres, esa mirada que da un mensaje de amor incondicional. Una mirada que aprueba y valida, para que de ese modo perciban que son escuchados no sólo en lo que se refiere a su rendimiento o éxitos, sino también en relación al interés genuino por sus ideas y dudas, respetando sus tiempos y validando sus fortalezas como personas únicas e irrepetibles.

Para crecer seguros, los niños pequeños requieren la atención cariñosa que da el observar amoroso de sus padres mientras juegan, pintan o trabajan en sus cosas, esa presencia educadora y respetuosa. Por otro lado, es importante poner límites claros, firmes y racionales, pero para eso se necesita que los padres tengan claro cuáles son sus valores y principios. Que estén dispuestos a jugarse por esos principios para que puedan, de manera veraz, trasmitirlos a sus hijos.

Tenemos la oportunidad de disfrutar con nuestros hijos momentos maravillosos, aprendiendo a contactarnos y mirar el mundo que nos rodea, enseñarlos a agradecer, a vivir como una familia amorosa y plena.

Marcela Ferrer

Psicóloga

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