La humildad del psicólogo

Agosto, 2019

“Quien no comprende una mirada tampoco comprenderá una larga explicación”

-Proverbio árabe

Todos quienes nos dedicamos a la psicología hemos experimentado alguna vez el miedo de nuestros interlocutores a que los estemos analizando o descubriendo algo oculto sobre ellos. Esta experiencia responde a una concepción errónea de nuestra profesión que es preciso desterrar, sobre todo quienes suscribimos una psicología integral de la persona.

Se entiende erróneamente al psicólogo como si fuese un “detective”, un especialista en establecer hipótesis y recolectar pruebas para demostrarlas, para descubrir “el cuerpo del delito”, el trauma oculto, el abuso, la patología mental, la resistencia…

Para una psicología integral de la persona, eso es un escándalo. Desde esta perspectiva, el psicólogo no es, y no puede ser nunca, “superior al paciente”. La verdad del paciente solo puede estar en su interior; no en una interpretación impuesta desde fuera. El psicólogo está llamado a contemplar y admirarse frente a la persona del paciente, ese universo único de una complejidad infinita.

La persona es lo más digno de ser contemplado en el universo. Su ser único e irrepetible se revela en su historia, en cada una de las decisiones libres que configuran su ser actual. Esa historia incluye también el sufrimiento, los padecimientos y dolores que a veces producen bloqueos en su sensibilidad y su afectividad y llegan a minar esa manifestación, esa transparencia. Es aquí donde el psicólogo tiene un papel que cumplir, intentando acompañar al paciente en su propio autodescubrimiento para que llegue a ser plenamente sí mismo, para que pueda alegrarse en su originalidad y entregar lo que está llamado a entregar; a su familia, a sus amigos, a sus seres queridos, a la sociedad.

Muchas veces la primera impresión que nos produce un paciente es la de un ser sombrío, oscurecido, confuso. Entonces tenemos la tentación de clasificarlo, categorizar su sufrimiento según el DSM, convertirlo en un caso más de un determinado trastorno o psicopatología. Eso nos permite hacer comprensible esa oscuridad, dándole un nombre. Pero si realmente somos psicólogos integrales de la persona, no podemos quedarnos en un mero diagnóstico. Frente a nosotros no hay tan solo una manifestación de un trastorno psicopatológico, ni siquiera un ser humano pidiendo ayuda; hay una persona pidiendo contar su historia, poder revelar su universo a alguien abierto a contemplarla.

Así descubrimos que su sanación pasa por escucharlo, comprenderlo, acompañarlo…, por recorrer junto a él un pequeño trecho de su camino. Este caminar juntos nos lleva a maravillarnos frente al misterio de una historia de vida, distinta de la nuestra y de todas las que hemos conocido antes, pero digna de ser oída. Es quizás lo que se ha denominado “la aceptación incondicional del paciente” como camino de curación. Desde la filosofía, podríamos entenderlo como la capacidad de asombro frente a la verdad única contenida en la realización de una historia personal.

En el mismo sentido debe ser entendida la psicoterapia. También aquí podemos tener la tentación de acudir a nuestros conocimientos disciplinares como si fueran un catálogo y encontrar el tratamiento más idóneo para cada psicopatología. Eso es necesario, pero no basta. Porque estamos frente a una persona, que nunca se reduce a ser “un caso de” una categoría. Para un psicólogo integral de la persona, la terapia es un camino de encuentro con el otro; un camino en el que, como un artista, debe descubrir el tesoro oculto detrás de los bloqueos, incapacidades, resistencias y mecanismos de defensa. Esto exige creatividad, adaptarse a los tiempos, los modos y la sensibilidad del paciente de un modo único. En este camino debe actuar con humildad, no se trata de “enseñarle al otro cómo debe vivir” ni en “interpretar la vida del otro desde una elaboración teórica que tenga sentido”, sino en acompañar al paciente para que recuerde quién es él, más allá de su sufrimiento.

Aquí es donde cumple un papel crucial la humildad. Si no hay humildad, el psicólogo puede convertirse en una figura de superioridad, que le “enseña” al otro, “lo interpreta” y “lo corrige”, y que acaba “dirigiendo” cómo debe vivir su propia vida. Eso es lo más contrario a una terapia auténtica. Esta, por el contrario, no “pone” nada, sino que va “quitando” obstáculos; va retirando cuidadosamente, con amor y respeto, todos los límites y condicionamientos que la persona se ha ido poniendo a sí misma a lo largo de su vida, para que pueda resplandecer ella en toda su belleza. 


Catalina Cubillos

Psicóloga

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