Las categorias existenciales en psicología clínica

Preludio

En nuestro Newsletter de Septiembre, el presidente de nuestra Asociación Académica, el Doctor Pablo Verdier, hace una invitación a reflexionar acerca de las categorías existenciales de la vida humana y su relación con el quehacer clínico, en particular, y la psicología, en general. Ésta constituye la temática central en torno a la que se articulan las diversas ponencias de la V Jornada Internacional de Psicología Integral de la Persona (descargar programa), la cual se llevará a cabo en Santiago de Chile los días 4 y 5 de Octubre del presente año. Contamos con trasmisión en vivo para quienes se encuentren en el extranjero. Para inscribirse de forma gratuita, haz clic aquí.

Septiembre, 2024

Ni los zapateros, ni los ingenieros, ni los electricistas, ni los ganaderos, ni los arquitectos ni tantos otros técnicos y profesionales han tenido la necesidad de desarrollar una reflexión filosófica en clave existencialista para el ejercicio práctico de sus respectivos oficios y profesiones. Todos ellos pueden desarrollarse profesionalmente con excelencia abstrayéndose o despreocupándose de tal reflexión. En contraste, los psicólogos y psiquiatras sí se han visto en la necesidad de ampliar sus conocimientos técnicos en materias que, clásicamente eran de exclusiva incumbencia de filósofos. Esta intrusión de psicólogos y psiquiatras en temáticas de aparente exclusividad filosófica es signo de que estos han advertido la imposibilidad de atender ciertas demandas de sus pacientes desde sus respectivos conocimientos científico-técnicos y han debido explorar e interesarse en dimensiones humanas que, a primera vista, no son de su competencia clínica. Es posible que a esta situación se haya llegado a raíz de los propios pacientes que traen detrás de sus dolencias y conflictos necesidades de un orden diverso al estrictamente clínico, derivando el encuentro terapéutico en temáticas existenciales. Por ejemplo, en principio, nadie consulta a un psicólogo teniendo por motivo de consulta un despido laboral, sí por las reacciones psicológicas  posteriores al mismo. La culpa, la muerte, el sufrimiento, la libertad, la felicidad, son otros tantos temas que se insinúan por doquier en cada sesión profesional. Con frecuencia, la dimensión existencial se cuela en la consulta bajo diversas formas clínicas.  

Tenemos, por tanto, que, la consulta ha sido un lugar y espacio privilegiado donde frecuentemente los pacientes sacan a la luz cuestiones existenciales íntimas; por otro lado, los mismos profesionales de la salud mental han sentido la responsabilidad de acoger esa demanda. Esta doble asignación de competencias es signo de que, efectivamente, algo tendrán que decir al respecto, si no in recto, sí al menos in oblicuo.

Que nada tengan que decir in recto de estas temáticas parece ser evidente dado que estos profesionales son científicos en el sentido actual de la ciencia, es decir son científicos positivos. Una ciencia positivista nada tiene que decir de problemas que no están en el horizonte de sus intereses. Incluso la misma ciencia positiva parece a veces negar categorías existenciales bajo capa de explicaciones científicas materialistas.

Sin embargo, y a pesar de todo, los pacientes siguen trayendo a la consulta temas que, en una cultura secularista y positivista, no tienen otra cabida sino que la consulta de especialistas en salud mental, y ello no puede ser sino por el sufrimiento afectivo que aquellas temáticas comportan.

Diversos autores en psicología han visto la dimensión existencial como un área con plena carta de ciudadanía para su quehacer profesional, siendo sus adherentes denominados existencialistas y humanistas. Estos han reivindicado con fuerza esta arista del hombre, y criticado las escuelas precedentes por su impronta deshumanizante. La libertad, la responsabilidad, la culpa, la soledad, el sentido de la vida, el amor, y tantas otras temáticas específicamente humanas habían quedado desterradas de la psicología científica, y desde ésta última solo podían ser reinterpretadas de un modo reduccionista, distorsionando grotescamente el sentido, valor y significado humano de aquellas cuestiones.

Como la realidad se la puede negar pero no hacer desaparecer, las dimensiones existenciales de la vida humana no pueden silenciarse, y una y otra vez vuelven a hacerse presentes bajo diversas formas –sociales, culturales, políticas–, entre las cuales la salud mental no pudo faltar. Ahí están en cada consulta, en cada paciente –también en cada terapeuta– buscando respuesta que satisfagan.

¿Cuál es el aporte de las corrientes y autores existencialistas/humanistas?

En primer lugar es de rescatar, destacar y validar la presencia de esas temáticas en la psicología clínica. Que a estos autores se les denomine ‘humanistas’ sugiere que la psicología precedente flaqueaba precisamente en su dimensión específicamente humana. Por otro lado, la reivindicación de esta dimensión insinúa la constitución hilemórfica del hombre, es decir, su ser cuerpo y alma. Estos autores muestran aspectos del hombre que no se explican satisfactoriamente desde la biología –el cuerpo– ni con el paradigma materialista y positivista con que se lo estudia. En línea con ello, y en tercer lugar, estas corrientes y autores ponen de manifiesto que muchos sufrimientos psicológicos y psiquiátricos pueden tener su principio y causa precisamente en esa dimensión. Los tres puntos anteriormente señalados ponen a los profesionales de la salud mental ante un nuevo desafío y exigencia: contar con una formación bastante más amplia que su mera ciencia positiva para atender con acierto a sus pacientes; contar con una formación humana con horizontes que exceden con creces los estrechos límites de una mirada materialista del hombre. Los pacientes nos buscan, esperando quizás vaga e implícitamente, algo más que una receta o un tip, aunque en su actitud se observe con frecuencia que muchos esperan resolver sus problemas en un tiempo tan breve como un chasquido de dedos.

Los existencialistas y humanistas recogen y acogen una realidad que la ciencia positiva había desatendido, pero que no por ello quedaría silenciada. Es que se trata de una dimensión donde se juega lo específicamente humano, tanto en relación al origen de muchos motivos de consulta, como a los principios que han de impregnar tanto la relación con el paciente como la orientación y horizonte de nuestras intervenciones técnicas.

Incluso en el orden rigurosamente técnico, la dimensión específicamente humana a las que apuntan las temáticas existenciales está a la base de las posibilidades de comprensión de problemas clínicos. Por ejemplo, cuando con métodos positivos se estudian los factores que contribuyen a la eficacia terapéutica, la misma ciencia se ha visto en la encrucijada de tener que clasificar tales factores en categorías esencialmente diversas: por un lado, factores específicos o técnicos; por otro, factores inespecíficos o comunes. Estos últimos se podrían denominar sin dificultad alguna: factores humanos (aceptación incondicional, empatía, alianza terapéutica). De hecho varios de estos factores han sido propuestos precisamente por autores de los denominados ‘humanistas’. Se observa aquí un caso paradigmático de cómo la inclusión de las dimensiones humanas (los factores comunes, es decir, humanos) se transformaron en un factor clave para la comprensión de un fenómeno técnico, el conocido Dodo bird effect.    

Asimismo, cuando la misma psicología se preguntó no ya por la psicopatología sino por la felicidad, llevando a cabo investigaciones con métodos positivos, llegó a conclusiones que en toda regla podemos denominar ‘humanistas’. Es el caso de la Psicología Positiva que ha descrito y validado sobradamente dimensiones humanas desatendidas por la ciencia positiva, como son las virtudes o el propósito y sentido de vida. Con ello se rescata el rostro humano de una ciencia que podría correr el riesgo de asimilarnos a animales tan manifiestamente distintos del hombre como los chimpancés. Estos viven una vida simia plena y acabada sin tener la menor idea –ni necesitarla– de lo que es ser chimpancé, ni qué es la virtud, ni qué significado y sentido tienen sus vidas, y no por ello se deprimen o angustian. Se evidencia aquí una diferencia con la condición humana que podríamos llamar, con propiedad filosófica, diferencia esencial.

¿Qué podemos concluir tras este breve recorrido?

Una primera y gran enseñanza es que el método de estudio ha de ser adecuado al objeto de estudio. Cuando el método, por legítimas exigencias de objetividad y rigor, excluye aspectos reales del objeto a estudiar, llevará a conclusiones necesariamente parciales, equívocas y transitorias. Tanto más grave serán las consecuencias si se pretende construir un nuevo paradigma a partir de esos resultados incompletos y sesgados; en esa línea tan solo alcanzaremos una imagen desfigurada y deforme de nuestro objeto de estudio.

Otra enseñanza, corolario de lo expuesto en este ensayo, surge del problema que se presenta tras una concepción de la psicopatología exclusivamente centrada en los conflictos que se dan a nivel de las facultades sensibles. A la luz de las consideraciones que venimos exponiendo en este ensayo, resulta claro que los conflictos sensibles se los ha de situar en el contexto global de la personalidad, con los valores, elecciones, orientaciones vitales y posturas existenciales que la caracterizan. Solo así podremos descubrir, por ejemplo, cuánto ha cooperado o resistido el paciente a aquellos conflictos, cuánto a su agravamiento o a su superación y con qué recursos contamos.

En suma, las categorías existenciales (libertad, sufrimiento, culpa, soledad, muerte, sentido de la vida, entre otros) se presentan en la psicología clínica tan reales como las categorías sensibles (experimentum patológicos con grados diversos de impresión: experiencias dolorosas, aprendizajes sensibles desordenados, traumas). De hecho, incluso, estas últimas también están traspasadas por temáticas y valores existenciales puesto que en el hombre, todas las operaciones de todas sus facultades se dan al modo humano. Las categorías existenciales nos insinúan también, a su modo, la constitución hilemórfica de la persona humana; asimismo nos revelan los recursos y posibilidades terapéuticas “desde lo alto”, invitando al hombre no solo a resolver sus conflictos sensibles, que ofician de impedimento al pleno y recto despliegue de las temáticas existenciales, sino a orientar la propia vida desde un orden superior, específicamente humano.

¿Y qué podemos decir desde la Psicología Integral de la Persona?

En primer lugar que las temáticas existenciales son clara y evidentemente filosóficas. En segundo lugar que los humanistas y existencialistas han tenido la virtud de advertirlas y el coraje de exigir que tales temáticas se consideren como cuestiones de relevancia clínica. En tercer lugar, y como consecuencia inevitable de las dos anteriores, que la neutralidad terapéutica tan deseada como condición de objetividad e imparcialidad en las ciencias psicológicas es una quimera imposible de concretar, y que una determinada visión del hombre implícita en los temas existenciales siempre está a la base de toda consideración diagnóstica y terapéutica. Los profesionales de la salud mental debemos asumir que lo objetivo e imparcial es reconocer que las temáticas existencialistas son realidades clínicamente actuales, presentes y eficientes, con un influjo real en el ejercicio profesional, y que su estudio y abordaje no es, por tanto, ni opcional ni una asignatura electiva, es por el contrario tan necesario como el de tantos otros tópicos psicológicos insustituibles e ineludibles para el clínico. ¿Acaso la omisión radical de aquellas realidades –solo posible en el laboratorio– no haría del hombre un animal más, y por lógica consecuencia, acaso no asimilaría a los psicólogos y psiquiatras a veterinarios expertos en antropoides, corriendo paralelo con sus pares especializados en animales domésticos, animales de granja, etc.? Este desnudo planteo golpea la sensibilidad del materialista más radical. Si se alarma mi amable lector ante estas declaraciones, admita también que son la lógica consecuencia de los postulados científicos-positivos materializados en el método empírico-positivo. Nace, por tanto, casi espontáneamente, la exigencia de tomarnos las temáticas existenciales con renovado interés y rigor.

Ante esta situación, ¿qué proponemos?  

A las conclusiones expuestas anteriormente le sigue la exigencia de un estudio imparcial y desprejuiciado de una antropología realista, adecuada al hombre. Proponemos a tales efectos a la filosofía aristotélica-tomista como la corriente filosófica que responde acabadamente a esas características. El estudio de dicha filosofía lleva tiempo y esfuerzo; a su vez no se traduce en conocimientos clínicamente significativos de buenas a primeras. Por el contrario supone una reflexión atenta de las realidades clínicas desde las categorías filosóficas que Tomás de Aquino nos ha legado. Esto supone a su vez dejar de lado prejuicios y relativismos con los que nada se resuelve por ser obstáculos que impiden acercarse a la realidad con libertad, además de no corresponderse con la imparcialidad que ha de cultivar el hombre de ciencia.       

Dr. Pablo Verdier

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