“Sigue tu corazón”
Agosto, 2018
Estamos inmersos en una cultura donde se nos transmite que lo verdaderamente importante es lo que sentimos. Se nos dice: “si te sientes bien con eso, hazlo”, “cuando lo sientas, sabrás lo que tienes que hacer”, “no niegues tus sentimientos”, “escoge la carrera que más te guste”, “hazlo cuando sientas que es el momento”, “si no te nace, no lo hagas”.
Casi todas las teleseries versan sobre variantes de este mismo tema: personas que sienten deseos de algo que saben que no es del todo conveniente, pero que finalmente terminan cediendo a sus sentimientos. Gran parte de la literatura universal lo aborda también, desde “La Ilíada” de Homero –el joven Paris rapta a la mujer del rey con quien debía sellar la paz–, hasta “Cien Años de Soledad” –una estirpe incapaz de contener la endogamia–, pasando por los relatos bíblicos de Adán y Eva y el rey David, entre muchos otros.
Lo paradojal es que mientras la cultura nos transmite “haz realidad lo que sientes”, quienes acuden al psicólogo lo hacen justamente porque quieren dejar de hacer lo que sienten.
Ahí está el paciente con fobia social: con su inteligencia sabe que no hay motivos para temer hablar en público, pero finalmente sigue a sus afectos, que le dicen: “escapa”. Ahí está también el adicto a la pornografía: sabe que su comportamiento no es apropiado y que pone en riesgo su relación de pareja, pero su corazón le dice que será maravilloso hacer click en el pop-up que acaba de emerger en la página web. Crisis de pánico, depresión, ansiedad, TOC, estrés postraumático y neurosis… son todas diferentes presentaciones del mismo dilema. Las personas acuden al psicólogo porque están cansadas de seguir sus sentimientos, solicitando exactamente lo contrario a lo que la cultura les invita.
El psicólogo comprende que “seguir el corazón” es peligroso cuando el corazón no ha sido bien educado o cuando tiene abiertas sus heridas. Comprende, aunque sea inconcientemente, que hay una manera apropiada de sentir y, en base a esa intuición, ayuda a que el paciente se acerque a ella. Si el psicólogo se dedicara a ayudar al paciente a asumir simplemente su modo de sentir, y a adaptar su modo de pensar para que su sentir sea egosintónico, entonces renuncia a su vocación más específica: retirar los obstáculos de la sensibilidad que le impiden al paciente ser fiel a sus convicciones más profundas.
Hay dos maneras de resolver este dilema. Podemos entender la palabra “corazón” como metáfora de la afectividad. En este caso, no parece ser una buena idea siempre “seguir el corazón”: las emociones son cambiantes y a corto plazo, y no tienen la capacidad para perseverar por sí solas en los valores más profundos.
Pero también podemos entender “corazón” al modo en que lo entendía la cultura hebrea, es decir, como la sede de las decisiones humanas, como el centro de la personalidad, como símbolo de la dimensión más espiritual del ser humano. “Sigue tu corazón” equivaldría entonces a decir “escucha en tu conciencia más profunda cuáles son los verdaderos valores por los cuales vale la pena dar la vida, y sé fiel a estas convicciones”.
Sin duda, esta segunda interpretación es la que hace mayor justicia a la naturaleza humana y, por lo tanto, la que puede tener mayor sentido terapéutico a la hora de la psicoterapia.
Juan Pablo Rojas S.
Psicólogo